miércoles, 23 de septiembre de 2009

El cementerio de esculturas

-¿Qué ves aquí? -le pregunté a mi amigo.
-Una figurita de plástico que se ilumina -me contestó.
-¡Sacrilegio!. Esta figura representa a un monje budista muy venerado en Tailandia. Varias personas me aseguraron que tenía mucha suerte por tener una pieza tan rara. Parece increíble, pero es cierto. Tómala. Aquí está el interruptor. Funciona a pilas -le pasé la figura y mi amigo la dejó caer por accidente, cercenándole la cabeza.

No me gustan las disculpas excesivas. El bochorno de mi amigo y su novia era tal que terminaron contagiándome su sonrisa nerviosa. Y al final, terminé sintiéndome culpable por no haber tratado con respeto a la imagen del monje, dando lugar a esta situación embarazosa. Tanto revuelo por una muñeco de plástico de cinco centímetros como un juguete me ofendió un poco. Sonaba a cachondeo. Incómodo por la situación, intenté explicarles que, aunque los tailandeses veneran las figuras de budas y monjes como amuletos mágico-religiosos, para mí no dejan de ser representaciones inertes. Pronto nos olvidamos del asunto. No recuerdo la conversación que siguió al incidente. La turbación también desapareció repentinamente y mis amigos se fueron en paz.

La figur
a siguió presidiendo el rincón mágico-budista que tengo en una balda de la estantería. Es un altar extraño, con cierto aire a puesto una feria: con dos sonrientes caretas de fantasma, un paño con un encantamiento inscrito, agua bendita y algunos pequeños objetos de utilidad desconocida.


Mi monje descabezado

Aunque me sentían un poco culpable, no me disgustaba la figura del monje descabezada. Le daba un aire cl
ásico, como las esculturas griegas o romanas. Sin embargo, una amiga tailandesa no hacía más que advertirme sobre el mal augurio que podía sobrevenirme por tener una escultura rota. Al final accedí a llevar mi monje al templo Pak Nam, muy cerca de Bangkok.

En el recinto religioso, familias de tailandeses se postraban delante de las figuras doradas de buda, un tant
o ebrios por el intenso olor del incienso y los cirios. Me sorprende el valor que le conceden a las figuras, amuletos y cualquier intermediario con el más allá. Me pregunto si, con tantos árboles (objetos mágicos), no perderán de vista al bosque (Buda o el Nirvana o lo que vean tras la muerte).


Familia recibe la bendición de un monje budista

Mi
amiga trajo dos diosas chinas de porcelana a las que se le habían quebrado las alas. Una monja, rapada y vestida de blanco, nos bendijo al tiempo que nosotros recitábamos de rodillas unas oraciones en pali. Tras despedirnos de nuestros maltrechos muñecos, se los entregamos a la monja. Le pregunté qué iba a ser de mi pequeña efigie, ¿la tirarían a la basura o la enterrarían?. "Guardamos las figuras en un almacén fuera de Bangkok", me dijo. ¡Mariela!, me quedé sin ver el cementerio de esculturas.

Como digo, no creo en las absurdas historias supersticiosas de los tailandeses sobre fantasmas. Pero me intriga un poco la cabeza de mi monje. No la encuentro y me estremece un tanto la idea de que esté acechando en cualquier oscuro rincón de mi salón.

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