jueves, 28 de mayo de 2009

Apología de las sandalias

"Te van a mirar por encima del hombro si vas con sandalias", me advirtió Vithaya. Me previno de que un calzado adecuado era indispensable para ganarte el respeto de los indios. Lo mismo ocurre en Tailandia y en Malasia y, probablemente, en todo el sur y sureste de Asia. El clima tropical de estas zonas convierten a las sandalias en el calzado más apropiado para combatir el calor. Sin embargo, en reuniones, no necesariamente formales, son inapropiadas. Sólo los monjes y las mujeres pueden permitirse este lujo.
Tras visitar Amritsar, Vithaya me propuso viajar a otra ciudad de del norteño estado de Punjab. Nos recogió un coche. La verdad es que no sabía de dónde había salido. A unos 30 kilómetros, paramos en Jalandhar, una pequeña ciudad limpia y ordenada de escaso interés cultural o turístico. Para mi sorpresa, el motivo era la visita de una familia. La esposa, a la que mi amigo no había visto en su vida, era amiga de su mujer.
Yo no noté nada. Pero al parecer se incomodaron por mis sandalias de cuero, que a mi me parecen muy decentes y cómodas. Mucho más elegantes que los zapatos horteras con calcetines blancos que vi en muchos indios. Supongo que muchos no pueden abstraerse de las normas de etiqueta por muy absurdas que sean. Como, por ejemplo, vestir traje en un país tropical donde uno empieza a sudar antes de salir de la ducha.
La despedida de la familia de Jalandhar, donde gasté un día de los cuatro que pasé en India, fue un tanto traumática. Vithaya luchó denodadamente para rechazar los regalos que le ofrecían con las mejor de sus sonrisas. El problema es el sobrepeso. Al final tuvimos que cargar con tres juegos de sábanas, una bolsa llena de dulces y dos enormes cajas repletas de vajillas. Para más inri, el papel destintaba y me dejó verdes los antebrazos. ¡Y cómo pesaban!
Al día siguiente, ya de vuelta en Delhi, llegaron los familiares de Vithaya desde Bangkok. Al día siguiente se celebraba la boda entre su prima, una tailandesa de origen sij, y un indio hindú. La pareja lleva media vida viviendo en el Reino Unido, así que tampoco es que tengan profundas raíces asiáticas.
Para sorpresa mía, dos de ellos llevaban no sandalias sino chanclas cutres. También aparecieron el padre y el hermano del novio con pantalones cortos y sandalias. Al menos, ninguno llevaba calcetines. Le pregunté a Vithaya, pero desvió el tema.
Aquel día visitamos los cuatro templos sij más importantes en la capital india. En los trayectos teníamos que apretujarnos en el coche la abuela, la tía, los dos hermanos, el primo y un sobrino. Al principio no conversaban mucho conmigo, pero luego se fueron abriendo e incluso hacíamos bromas.
Hijos y nietos de inmigrantes indios en Tailandia, la familia de Vithaya mira con ojos de turista a su país de origen. Se sienten plenamente tailandeses y lo quieren demostrar con comentarios con críticas benévolas sobre la sociedad india. "Aquí todo el mundo intenta timarte. Incluso cuando das 20 rupias a los pobres, vendrán a pedirte 100 más". Con todo reconocen un sentimiento especial por este país, donde nació su religión hace seis siglos.
La boda se pareció a cualquier celebración de este tipo en España. Comenzamos con unos entrantes, donde la gente se saludaba. La recepción de los novios, sí que fue tediosamente ceremoniosa, aunque esto no afectaba al resto de los invitados. Tras una comida bufet con todo tipo de platos indios y occidentales, vinieron las copas y el baile. Cierto, que algunos comenzaron a beber whisky antes de comenzar con los chapati y el masala.
Como dijo el poeta Tagore, el Taj Majal es una "lágrima en el rostro de la eternidad". Cautivan su perfil marmóreo en el cielo raso de India. Aparte de la grandiosidad del monumento, las paredes están decoradas con preciosos motivos florales y geométricos. En el interior no hay nada excepcional, sin embargo. Dos tumbas cobijadas en la oscuridad. A pesar de la prohibición expresa, los turistas se empeñan en sacar fotos de los féretros de mármol. Imagino los adefesios de fotos que saldrán de sus cámaras digitales. El calor es un hándicap importante. El suelo hierve. Solo la tarde da un respiro, además de cambiar la fisonomía del palacio con la luz rojiza del crepúsculo.
Me da la sensación de que mi amigo Vithaya sólo sabe ir de templos o de compras. Creo que visitó una vez el Taj Majal y ya no ha pisado ningún monumento más. Encima, las tiendas más interesantes se encontraban en las calles más feas de Delhi. Tan sucias como el casco viejo, pero sin el encanto de los edificios antiguos. Tras varios intentos, logré convencerlo para visitar otros lugares de Delhi. Conseguimos llegar al museo nacional -los conductores de tuc tuc insistían en que estaba cerrado para llevarnos a otros sitios donde les pagan comisiones-, con la mayoría de sus salas cerradas. Menos mal que tuve la fortuna de admirar las preciosas pinturas en miniatura y las esculturas hindúes y budistas. Impresionante.



"horn, please" (toca el claxon, por favor). A muchos indios les encanta el molesto sonidos de los pitos automovilísticos


Hombre observa el Templo de Oro en Punjab


Músicos en templo sij

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