martes, 1 de abril de 2008

Esto no es un cuento

Llegué a Kuala Lumpur en mayo del 2007.  A la semana, viví una experiencia curiosa:

Volvía al hotel a eso de la una de la tarde cuando un tipo me hizo una señal. En Kuala Lumpur es muy común que alguien te llame con un movimiento de cabeza o en voz baja para ofrecer servicios de 'masaje', llevarte a algún sitio en taxi o para venderte un Rolex falso. Generalmente no les presto atención, pero esta vez me paré a ver que querían. Eran dos, un hombre en sus cuarenta y Mohamad, un tipo malayo y musulmán no practicante de 27 años,  mi misma edad.

Me encontraba en pleno corazón de Kuala Lumpur, Bukit Bintang, donde se encuentran las principales empresas, restaurantes y turistas de la ciudad.

El hombre mayor, al acercarme, me pregunto en inglés.

-¿Conoces a alguien en KL?
-Sí- le conteste.
-¿A alguien de Malasia?- insistió.
-Conozco a españoles y a un chino.
-Pues ya tienes un amigo malayo- y se giro hacia Mohamad, su sobrino.

Mohamad me contó que una prima suya quería viajar a España y me pidió un momento para preguntarme sobre mi país. Entramos en el Kentucky Fried Chicken justo en la esquina en la que nos habíamos encontrado y me invitó a una Coca-Cola. Bueno, yo tuve que poner 34 céntimos que faltaban para completar los 4,34 ríngit.

Mi nuevo e inesperado amigo me preguntaba en buen inglés (aquí hasta los pinches y los barrenderos lo hablan) sobre España y las posibilidades de trabajar allí. Antes de que me hubiera bebido la mitad de la bebida, Mohamad me dijo que tenia que volver al trabajo. Insistió en invitarme por la tarde a su casa para conocer a su prima y al resto de su familia. Allí podríamos hablar largamente. Al principio le di largas y me excusé diciendo que tenia que escribir un informe y que podíamos vernos otro día. Le había dicho que yo estaba en KL con la intención de trabajar de relaciones públicas para una empresa española afincada en Manila. La idea de visitar un hogar malayo me sedujo y acepté la invitación. Nos cambiamos los numeros de móvil y quedamos a las 5 en el mismo lugar.

                                                                                                                                                                                                                                                     Autor: Teagal


Bukit Bintang, el barrio más animado de Kuala Lumpur

A la hora acordada, Mohamad estaba acompañado esta vez por otra prima, Anna, que no era la que quería viajar a España. Tomamos un taxi que nos llevo hasta las afueras de la ciudad o incluso fuera de sus límites. Llegamos a un barrio de casas unifamiliares humildes pero decentes de dos plantas. Todas tenían un pequeño jardín frontal, al estilo inglés. Entramos y en un salón de mobiliario escaso pero confortable donde nos recibió su tío (otro tío, no el que me encontré en el KFC) y su tía, la famosa prima (era guapa) y un chaval de no mas de 8 años. Me ofrecieron un te y me senté con el tío.

Al cabo de dos o tres frases, me espetó:

-Quiero que vengas a visitarme a mi trabajo, en el casino. Está en Genting Higlands, en la montaña. Hace muy buen fresquito allí arriba.
-De acuerdo, iré.
-¿Sabes jugar?
-No, no me gusta jugar a las cartas.
-¿Por que?
-Simplemente, no me divierte.
-Yo puedo explicarte una forma de ganar cien por cien seguro. Te puedo enseñar.
-De acuerdo- respondí, temiendo una aburrida sesión de trucos de magia o algo parecido.

El tío me acompañó junto con Anna a una habitación en la segunda planta. Sacó una baraja de cartas y fichas. Me enseño las reglas elementales del blackjack, un juego en el que gana quien consigue o se acerca más a 21 puntos. Estábamos en el proceso de como barajar, los puntos y eso, cuando el "tito" de Mohamad me reveló su secreto. Voila! El truco infalible era que él, que era el "croupier", me "soplaría" las cartas. Primero me mostraba disimuladamente la primera de la baraja antes de repartir las cartas y luego, con los dedos de la mano, me indicaba el valor de la que queda boca abajo en la mesa.
También había señales para mí. Si me frotaba la frente, quería decir que quería saber el valor de la carta de la baraja; y si me frotaba la barbilla, la de la mesa.

-Ayer vino a mi casa jugar al backgammon un hombre de negocios de Brunei -comenzó a relatar el "tito croupier" de Mohamad-. Ganó 30.000 ríngit. Es una persona muy tacaña. Durante el juego, la bebida y la comida fueron gratis, pero tras ganar tanto dinero sólo me dio 50 ríngit (casi siete euros). Es una persona muy rica y muy avariciosa. Por eso quiero darle una lección, esta vez jugando a las cartas. Ella -señalo a la prima- hará de tu novia.

A todo esto, con la prima sentada a mi lado y el tío este contándome la película, aparece un tipo de piel oscura y menudo con cara de tortuga. Vestía una ridícula camisa de flores, que le quedaba holgada, y tanto el anillo que llevaba como las gafas eran de oro (o doradas) y con piedras preciosas incrustadas más falsas que un moneda de tres euros. Sin darme tiempo a decir nada, empezamos a jugar. Yo partía con 200 dólares que me había regalado la banca. El otro sacó un fajo enorme de billetes. Se dirigía a mí de una forma exquisita, a veces hasta servicial.

El truco era que solo íbamos a jugar 10 minutos, porque el tío de Muhamad afirmó que tenia que ir al hospital. Así todo seria rápido y limpio.

Como no podía ser de otra manera, con los trucos que habíamos ensayado, empecé a desvalijar al hombrecillo de Brunei. Éste se fue calentando y comenzó a apostar uno, dos, tres y hasta veinte mil dólares. El "croupier" me hacia señas y yo aceptaba el envite. Vacilaba entre el miedo y la hilaridad ante la situación surrealista. Jugando al blackjack en el dormitorio de una humilde casa de Kuala Lumpur. 'Limpiando' a un tipo que no conocía, como tampoco tenia idea de quien era mi cómplice.

El hombrecillo de Brunei, en la ultima jugada (que yo sabia ganada de antemano), se dirigió a mi:

-No dudo de tu honradez y de tu capacidad financiera, pero me estoy jugando mucho dinero y me gustaría ver alguna prueba de que tienes dinero.
-Claro que tengo dinero, soy español y estoy haciendo negocios aquí.
-Sí, sí. Somos caballeros -me estrechó su mano-, pero necesito alguna prueba.
-¿Tienes tarjeta de crédito o dinero encima?- me pregunto el tío de Mohamad al tiempo que guiñaba el ojo.
-No- respondí tajante.

El tito de Mohamad bajó y trajo un fajo de ríngit por valor de unos 5.000 dólares. Le preguntó al hombrecillo de Brunei si era suficiente para demostrar mi crédito y este reiteró que no. Llegamos a un acuerdo. Guardamos las cartas en unos sobres con nuestros nombres y quedamos en una hora para abrirlos. Para entonces yo debía presentar los 20.000 dólares que faltaban en mi apuesta o, en su defecto, joyas u oro.

Por alguna razón, antes de quedar con esta gente, metí mi cartera en la caja de seguridad del hotel y sólo lleve conmigo el pasaporte y 60 ríngit. Teníais que haber visto la cara de todos -hasta la del hombrecillo de Brunei- cuando enseñe lo que llevaba encima.

Cuando el hombrecillo salía, solté:

-Ah, sí. Igual tengo algo de oro en mi maleta.
-¿De verdad?- inquirió la prima con un brillo en los ojos.
-No, estoy bromeando.

Nos quedamos en la habitación el tío, la prima y yo. Él empezó a preguntarme si yo podía sacar dinero con mi tarjeta de crédito. Él decía que no podía por el límite que imponía el banco. Yo le dije que no tenía dinero, que esperaba que mi familia me enviase un cheque porque me había quedado sin fondos. Entonces me propuso que fuéramos a una joyería a sacar joyas con mi tarjeta para mostrárselas al hombrecillo de Brunei. Luego, por supuesto, las devolveríamos. Según él, mi parte sería 10.000 dólares.

Finalmente, la cosa se puso un poco tensa y le aseguré con firmeza que no iba a ir a ninguna joyería a sacar ninguna joya ni a utilizar mi tarjeta para nada. 'Ok', respondió malhumorado el tío y salimos con premura de la habitación. Abajo me esperaba Mohamad sentado en el sofá. Algo nervioso me dijo que la prima (la que iba a viajar a España) iba a retrasarse hasta las 9. Le dije que no podía esperar tanto. Se ofreció en llevarme en coche al centro de Kuala Lumpur. Se sentía 'responsable' por mi.

Un primo suyo, con la misma cara de malayo pero con coleta, era el chófer. Por un momento, vacilé y pensé en alejarme huir corriendo del lugar, ya que había salido de la casa sin tener nada que lamentar. Finalmente, subí al coche. Mohamad me contaba cosas triviales sobre España, sobre sus novias y su familia. Continuamente se limpiaba el sudor de la frente. Iba evidentemente nervioso. Antes de llegar a la ciudad, me dejaron a un lado de la calle y cogí un taxi. Me costo seis ríngit.

Esto no es un cuento. Pero no temáis, he aprendido la lección. Podía haber salido mal y, aunque hasta los malhechores malayos son un encanto comparados con los españoles, aquí soy un extranjero. Como me dijo el taxista, debo tener cuidado, no se puede ir a casa de cualquiera sin conocerlo bien. Él, al menos, devolvió bien el cambio.

2 comentarios:

Mari Carmen dijo...

Hola Gaspar:
Será que tengo el instinto de madre a flor de piel con mis dos retoños que juntos no suman los 3 años de edad, que me venía oliendo el desenlace desde el principio... Cuando tu madre lea el relato, seguro que no le producirá más pulsaciones por minuto el tirarse por la montaña rusa con más pendiente del parque Seven Flags de Los Angeles, California (es un parque que sólo tiene montañas rusas, las más top del mundo, naturalmente,... estamos hablando de USA...!!). Me alegro de que tengas la profesión de vagante si con ello nos obsequias con relatos como este escrito con tan buena pluma y buen humor. Cuídate. Mari Carmen Marín Lara

Gaspar Canela dijo...

Hola, Mari Carmen,
No te apures. Eso me pasó una vez y no creo que viva más aventuras del estilo. Por suerte o desgracia. Ahora voy con más cuidado. Ya sabes, no dejes que tus hijos estudien periodismo y no tendrán que pasar por lo mío. Un abrazo